AQ

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La letra es el arma de quien escribe

3.10.2010

Mercenarios del tiempo,Minutos.

Entre el paisaje de afuera y la brisa de adentro había una gran distancia, Ella, sus ojos mojados, el frio cristal, la mancha de su aliento, una hoja cayendo; miles de kilómetros cabían en lo ancho del vidrio, Él, pañuelo en mano, sonrisa forzada, amaneceres rotos, ambos sabían lo que enfrentaban, el humo se esparcía por toda la estación mientras los dedos pegados a las manos se movían lentamente al compas del brazo diciendo adiós y el joven de afuera tocaba el cristal por entre las personas, el llanto empañaba la visión, la locomotora iniciaba su marcha y los kilómetros salían del grosor de la ventana, poco a poco se extendían en la llanura, quedaban inmóviles  como centinelas del tiempo, como guardias de la lejanía entre ambos.
Era invierno, la nieve trastocaba la quietud del viaje con una fúnebre música que se adivinaba con la mirada y renunciaba a toda ley sonora y se posaba en cuanto rostro podía, Ella, con el silencio en la cara, evocaba viejas tardes de viejos inviernos, el cristal, nuevamente empañado, saboreaba los recuerdos líquidos que salían de aquellos ojos negros, los mismos que alguna vez arroparon el horizonte desde una colina imitando a las manos que arropaban a otras. En algún lugar que alguna vez tuvo amarrado a su pecho quedaba la razón por la que tuvo que marcharse, por la que fue obligada a hacerlo, al otro extremo, el destino que le esperaba, un internado lleno de esperanzas, un esposo que aun no conocía, unos hijos que siempre deseó, una casa soñada desde siempre, un corazón vacío y la mirada puesta hacia atrás.
Él, sabía lo que pasaría, bastaba echar una mirada a las nubes y dejar que la nieve golpeara sus mejillas para observar con una convicción desesperante sus labios unidos por un azar inequívoco a otros labios lejanos, sensibles solo por el recuerdo. El tren que partía a las ocho dio la señal de salida, dos meses de retraso, vista perdida, barba de tres días, emoción y angustia reinaban en la apariencia siempre confusa de Él. Ocho treinta y dos, los recuerdos revivían cada vez mas, la voluntad y la fuerza eran las mismas de hacía dos meses, una premonición sonaba fuertemente en su cabeza, mas que premonición era revelación de lo sucedido. Tres horas desde que inició el viaje, dos estaciones en el camino, la nieve lo llamaba y en el primer puente, abrió la puerta y salto del vagón.
Ella esperaba, aún con sus cabellos intactos, en una pausa eterna y los ojos hacia donde el tren pasaba, esperaba, Él lo sabía, lo esperaba.

1 comentario:

  1. Que clase de escrito!!!!
    Sin duda él no quería prolongar la espera de la otra, bastante devota...

    Escribe otro cataclismo, y el mundo te lo agradecerá

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