AQ

AQ
La letra es el arma de quien escribe

6.27.2010

Inicio...

3:40 de la tarde, el colectivo se ha tardado diez minutos más que ayer; en la acera de enfrente corren unos niños, parece que juegan. Uno se ha caído (me río para mi mismo); la tibia brisa de verano golpea mi rostro y estoy menos tenso que de costumbre. Suena una bocina al fondo. El conductor me observa con cara de "¿te conozco?",y yo respondo con cara de "¡Claro!, viajo todas las tardes en el ómnibus de las 3:30". Pago mi pasaje y enseguida realizo la típica observación minuciosa de cada uno de los pasajeros que viajan de par en par en los asientos. Elijo el último, el de siempre y supongo que gracias a mi apariencia, no soy bien recibido por las personas que van ahí.
Empieza la marcha de nuevo; yo inicio con mi ritual diario, comienzo a enumerar las paradas y los detalles que las hacen tan especiales, tan protagonistas de mi historia.
En la primera: la tipa de vestido rojo, la misma que ayer vestía un juego de pantaloncillos de mezclilla y una camisa a medio aire de puntos negros como de cielo invertido; siempre lleva el mismo gesto, imagino su armario lleno de varios vestidos y trajes, lleno de carteras y sombreros, de accesorios y cinturones, pero no de rostros y gestos. No, de esos no tiene muchos, solamente uno, el que carga con tanta fatiga como si escupiera a su conciencia y la maldijese con los ojos volteados, porque no son normales, definitivamente sus ojos no son normales (me encuentro tarareando una canción; probablemente no la conozca. Mi parte correspondiente a Liszt brota sin avisar], y eso está bien...

6.16.2010

1972

Un tiro, dos personas, tres mil dólares sobre la mesa. Entre los dos brotaba el humo de un cigarrillo que estaba tan frío como el revólver que aún permanecía descansando en la gaveta del escritorio de la biblioteca. Hizo la propuesta y el otro aceptó como cualquier caballero y hombre de negocios lo haría; la mafia y la vida en los suburbios habían fabricado una especie de capa inmune al miedo, para ambos.
Luego de poner los puntos claros, William se levantó y se dirigió al escritorio, inmediatamente sacó a la que había sido verdugo de varios: de Joseph, de Bill (el de la casa rodante), Bárbara, de la Tipa del bar de la calle 22 y así de muchos otros; hizo un ademán y entre cerró los ojos como diciendo algo para sí mismo. Quitó el seguro del revólver y lo colocó junto al póquer de ases.
Al fondo del salón sonaba desde las entrañas de un tocadiscos Mack the Knife y le recordaba a su época de juventud de cuando amaba el Jazz; cuando admiraba a Sinatra y sus colegas; cuando se extasiaba con la melodía de la trompeta; cuando creía en el amor entre la música y el hombre; cuando escuchaba el disco de cuarenta y cinco revoluciones de Armstrong; cuando sentía que el sonido que brotaba del fonógrafo le hacía el amor a sus oídos y con el wisky hasta los huesos se perdía en su mundo hasta el día siguiente.
Con un pañuelo que sacó del bolsillo trasero frotó el arma y ambos se dispusieron  a hacer lo acordado. William tomó el revólver y lo llevó a su sien. Tiró del gatillo y un grito sin sonido acabó con la mirada de sus ojos. El plomo había atravesado el cerebro. Agonizó por tres minutos y se retorcía porque sabía que en ningún momento puso la bala en el cilindro.
El otro tomó el dinero y se fue a apostar al bar, mientras al fondo aún sonaba el solo de trombón interpretado por Hucko.

6.10.2010

Optimismo en el espejo

Es difícil mirar una vela desde arriba. ¿Imaginan ver una vela desde arriba? ¿Imaginan el crujido de la retina quemándose con el vapor de la llama?
Eso es lo que se siente cuando se está frente a la muerte. Como si una flotilla de ángeles negros rodeara al cuerpo que nos carga. El cuerpo que carga a éste 3% de "ectoplasma" conocido como "Alma". Sin embargo, los ángeles negros son solamente una proyección de la conciencia; no hay que creerse de eso, sino reflexionar: La conciencia es sucia, muy sucia.