3:40 de la tarde, el colectivo se ha tardado diez minutos más que ayer; en la acera de enfrente corren unos niños, parece que juegan. Uno se ha caído (me río para mi mismo); la tibia brisa de verano golpea mi rostro y estoy menos tenso que de costumbre. Suena una bocina al fondo. El conductor me observa con cara de "¿te conozco?",y yo respondo con cara de "¡Claro!, viajo todas las tardes en el ómnibus de las 3:30". Pago mi pasaje y enseguida realizo la típica observación minuciosa de cada uno de los pasajeros que viajan de par en par en los asientos. Elijo el último, el de siempre y supongo que gracias a mi apariencia, no soy bien recibido por las personas que van ahí.
Empieza la marcha de nuevo; yo inicio con mi ritual diario, comienzo a enumerar las paradas y los detalles que las hacen tan especiales, tan protagonistas de mi historia.
En la primera: la tipa de vestido rojo, la misma que ayer vestía un juego de pantaloncillos de mezclilla y una camisa a medio aire de puntos negros como de cielo invertido; siempre lleva el mismo gesto, imagino su armario lleno de varios vestidos y trajes, lleno de carteras y sombreros, de accesorios y cinturones, pero no de rostros y gestos. No, de esos no tiene muchos, solamente uno, el que carga con tanta fatiga como si escupiera a su conciencia y la maldijese con los ojos volteados, porque no son normales, definitivamente sus ojos no son normales (me encuentro tarareando una canción; probablemente no la conozca. Mi parte correspondiente a Liszt brota sin avisar], y eso está bien...
Empieza la marcha de nuevo; yo inicio con mi ritual diario, comienzo a enumerar las paradas y los detalles que las hacen tan especiales, tan protagonistas de mi historia.
En la primera: la tipa de vestido rojo, la misma que ayer vestía un juego de pantaloncillos de mezclilla y una camisa a medio aire de puntos negros como de cielo invertido; siempre lleva el mismo gesto, imagino su armario lleno de varios vestidos y trajes, lleno de carteras y sombreros, de accesorios y cinturones, pero no de rostros y gestos. No, de esos no tiene muchos, solamente uno, el que carga con tanta fatiga como si escupiera a su conciencia y la maldijese con los ojos volteados, porque no son normales, definitivamente sus ojos no son normales (me encuentro tarareando una canción; probablemente no la conozca. Mi parte correspondiente a Liszt brota sin avisar], y eso está bien...